Era jueves. El día libre de Andrés. Ya habían pasado las once cuando se
levantó de la cama. Le sorprendía que no le hubieran pedido que trabajase, con
todo el lío que tenían, pero tanto él como Manuel necesitaban un respiro para
poder seguir adelante. Sin embargo, se sorprendió pensando aún en el trabajo.
Esta investigación le daba muy mala espina, y le recordaba a veces a una de las
típicas series policíacas en su episodio más extraño, con la única diferencia
de que aquello le estaba ocurriendo a él en la vida real. El día anterior
habían encontrado el banco cerrado, por lo que decidieron que volverían el
viernes, a preguntar sobre el mensaje. Aquel mensaje que a Andrés le parecía
una broma de mal gusto, pero ya sabía que no lo era. Después del desayuno, intentó
leer, pero no conseguía concentrarse. Tampoco le tranquilizaba ver la
televisión. Al menos había tenido la suerte de no soñar nada la noche anterior,
de librarse de los sueños inquietantes llenos de coches destrozados y sangre.
Decidió ir a dar una vuelta, para despejarse un poco. Salió del pequeño
apartamento con unos vaqueros, deportivas, y una camiseta negra. Era un día
fantástico, el cielo estaba despejado y no hacía mucho calor. “Qué pena que no
esté en condiciones de disfrutarlo.” Pensó, mientras empezaba a caminar calle
abajo. Había poca gente fuera, y Andrés andaba absorto en sus pensamientos, sin
concentrarse demasiado en el paseo. Más de una vez, Raquel vino a su mente, y
se reprendió a si mismo por ello. No, no debía sentir nada por ella. No podía.
Así que siguió andando, intentando prestar atención a los pequeños detalles que
veía a su alrededor. Un niño caminando
con su abuelo, tirando de su mano para que le llevase al parque. Un hombre con
traje que llevaba un maletín y hablaba por teléfono. Aunque él pudiese
descansar, muchos trabajaban. De repente, notó que algo se movía en su
bolsillo. El móvil, que había dejado en vibración. Lo cogió y miró la pantalla.
Número desconocido. Atendió la llamada.
- ¿Sí? – preguntó, sin saber quién esperaba que estuviese al otro lado
de la línea.
- ¿Manuel? Soy Raquel. – Andrés se quedó paralizado. Notaba que a ella
le temblaba la voz. ¿Qué pasaba? – Estoy en el aparcamiento del centro
comercial, ¿podrías venir? Creo que es muy importante. Y urgente. Adiós. – y
dicho esto, colgó. Sin pararse a pensar, Andrés empezó a correr.
***
Tres personas
salieron del ascensor y se dirigieron al aparcamiento: una niña de unos cinco
años y sus padres. El hombre llevaba dos bolsas, y la mujer una. Raquel los vio
alejarse en un coche rojo. No se habían percatado de su presencia, sentada en
el suelo con la espalda apoyada en la pared, junto al ascensor. Habían pasado
solo cinco minutos desde la llamada, y las manos le temblaban un poco menos. No
conseguía reunir el valor para salir sola al aparcamiento, así que allí estaba,
esperando a Manuel con las rodillas abrazadas. Repasó la llamada mentalmente y
sintió un poco de culpa por no haberle dejado responder. Pero estaba demasiado
nerviosa. Lo único que quería era sentarse allí, y sentir que el suelo no se
movería. Que estaba a salvo. No dejaba de pensar que debía ser una broma de mal
gusto por parte del universo. La imagen del choque apareció de nuevo en su
mente, como llevaba haciendo varias veces en los últimos días, y recordó las
vueltas que había dado el pequeño coche blanco, y sus propias manos temblando.
Y recordó los brazos de Andrés sujetándola, su voz intentando tranquilizarla.
Sus ojos verdes clavados en los suyos. No le había dado las gracias. El modo
aleatorio del mp3 escogió la canción Wish You Were Here, de The Who, y Raquel se
dio cuenta de que se sentía mejor. La música había surtido efecto. Estiró las
manos delante de ella. Ya no temblaban. Entonces, entre sus manos vio unas
deportivas. Miró hacia arriba y se encontró a Andrés mirándola fijamente. Tenía
la respiración entrecortada, y estaba despeinado. Supuso que había estado
corriendo. Su rostro reflejaba preocupación. Se quitó rápidamente los
auriculares, guardó el mp3 en el bolso y lo miró a los ojos, increíblemente
verdes. La cabeza le daba vueltas, con una mezcla de sorpresa y confusión. ¿Qué
hacía él allí, si había llamado a Manuel?
- ¿Estás bien? –
preguntó él.
- S-sí. – empezó a levantarse, lentamente. No pudo aguantar más tiempo la
pregunta, y se arrepintió en el momento en que la formuló. - ¿Qué haces
aquí?
- Me has llamado. – por suerte, no se mostró ofendido, ni siquiera
parecía sorprendido.
- No. He llamado a Manuel. – contestó Raquel.
- Me has llamado a mí. – insistió él. – Por eso he venido. – dijo con
serenidad. Parecía divertido con la situación, aunque la preocupación no había
dejado su rostro. Raquel decidió que no era el mejor momento para discutir el
tema. Se limitó a empezar a caminar hacia la puerta. Cuando estaba a punto de
salir al aparcamiento, se giró para mirar a Andrés.
- Sígueme. – se limitó a decir. Necesitó toda su fuerza de voluntad
para dar los primeros pasos por el garaje, esperando que él caminara tras ella.
Llegaron al fondo, y se detuvieron un poco antes de llegar a la pared.
Raquel oyó cómo Andrés aguantaba la respiración durante un momento, al mirar
alrededor y ver la causa de todo aquello.
***
No había tiempo para ser cauteloso: el mapa estaba en el coche. Y eso
significaba que alguien podía descubrirlo y llamar a la policía, y entonces
todo su esfuerzo acabaría en una celda. Y Luis no podía dejar que eso
ocurriese. Entró a grandes zancadas en el parking del centro comercial, se
encaminó hacia la pared del fondo, y paró en seco. Había alguien junto al
coche. Una chica joven, con una larga melena oscura. Y estaba intentando ver el
interior del coche a través de los cristales tintados. Luis se agachó junto a
un coche familiar azul, a poca distancia del todoterreno, y empezó a repasar
sus opciones mientras observaba a la joven. ¿Quién era? Y lo más importante:
¿qué demonios hacía allí, investigando su coche? No, no era posible que supiera
nada del asesinato. ¿O sí? Ella seguía esforzándose por ver lo que había dentro
del vehículo. ¿Y si veía el mapa? Peor aún, ¿y si, por cualquier coincidencia
del universo, esa chica fuera consciente de lo sucedido el domingo, y supiese
que ese todoterreno era el del asesino de aquel hombre inocente? Podía ser
policía, a juzgar por el interés que le ponía a la inspección del vehículo. Una
idea, excelente en ese momento, le atravesó la mente: aquella chica no debía
contar a nadie lo que había visto. Lentamente y con sigilo, salió de su
escondite.
***
Andrés se agachó a coger el pequeño bolso de tela del suelo. La
preocupación era evidente en su rostro. Manuel se acercó a él, ya recuperado de
la sorpresa al ver el todoterreno que tanto las había preocupado esos días.
- ¿Estás bien? ¿Qué pasa? – le preguntó con serenidad. Su compañero se
dio la vuelta y le miró, pero Manuel lo notaba ausente. Le mostró el bolso
negro que tenía en las manos.
- No está. – Andrés comenzó a revisar el contenido del bolso con dedos
temblorosos: un móvil, un monedero, un paquete de pañuelos, un aparato mp3, y
unas llaves.
- ¿Quién?
- Raquel.
Manuel calló un momento. - ¿Qué hacía Raquel aquí? – preguntó
finalmente, ahora también preocupado por lo que pudiera haberle sucedido a la
joven.
Andrés paró de revolver las cosas y empezó su relato de lo ocurrido
aquella mañana: la llamada de Raquel, su llegada al aparcamiento, el coche
negro que tenían al lado, con el faro destrozado. Le explicó que cuando tuvo
que salir para poder llamar a su compañero, ella insistió en quedarse junto al
todoterreno en lugar de ir con él como él sugirió. Y ahora no estaba. Pero su
bolso sí, tirado en el suelo.
- Ahora vuelvo. Espérame aquí un momento. – dicho esto, Andrés salió
corriendo, con el bolso en la mano, hacia el ascensor que subía al centro
comercial.
Manuel lo vio
marchar, confundido, y se quedó solo con sus pensamientos. Tras dar un par de
vueltas al coche para intentar ver su interior sin éxito, su mente empezó a
desviarse. Recordó el momento en que le dio a la chica el número de su
compañero en lugar del suyo. ¿Por qué lo había hecho? Un impulso extraño. Una
de sus corazonadas. Había notado cierta tensión entre ambos, y pensó que tal
vez podría ayudar un poco, a su manera. Y Raquel había llamado a Andrés. El
tiempo pasaba y él aún no volvía. ¿Qué estaría haciendo? Por un instante, se
planteó si había cometido un error al no darle su número de verdad. ¿Habría
cambiado algo?... No, estaba equivocado. A pesar de no conocer a su compañero
de mucho tiempo, sabía que era un tipo competente. Un chaval con la cabeza en
su sitio. Llegaría lejos. En ese momento, vio a Andrés corriendo hacia él desde
el ascensor. Se detuvo frente a él con la respiración acelerada. Manuel lo
miró.
- Nada.
- ¿Dónde
estabas?
- Me dijo
que trabajaba en una tienda aquí. Así que he preguntado en todas. Cuando he
encontrado el sitio, su compañera me ha dicho que ya había acabado su turno
cuando bajó. Tranquilo, no le he dicho nada para no preocuparla.
Andrés sacó
el móvil del bolso y empezó a manejarlo. Manuel se acercó y vio que estaba
viendo el registro de llamadas. La más reciente había sido a “Manuel policía”.
- Tengo que
ir a su casa. – Andrés lo miraba con seriedad. Manuel pensó que en ese momento,
a pesar de la ropa informal que vestía, parecía mayor de lo que era.
- Yo te
llevo. He venido en coche. Vamos.
Hicieron el
trayecto en silencio, excepto por la música de la radio. Pero ninguno escuchaba
la música. Ambos pensaban lo mismo: ¿y si no estaba en su casa? ¿Qué le había
pasado a Raquel?
Cuando
llegaron al edificio, tuvieron que convencer a la única mujer que contestó en
el portero automático de que realmente eran policías, y necesitaban entrar.
Tras unas cuantas preguntas sobre qué iban a hacer y si iban a detener a
alguien, consiguieron que les abriera la puerta y entraron al portal. Manuel
observó a su compañero lanzarse por las escaleras: ni siquiera tenía paciencia
para esperar al ascensor.
Andrés se detuvo frente a la
puerta del 6ºB casi sin aliento. Había subido los escalones de tres en tres,
sin detenerse. Llamó al timbre y esperó unos segundos. No quería alarmar a los
vecinos armando jaleo, por lo que aguardó un poco antes de pulsar de nuevo. Dos
veces. Estaba impacientándose. Tres veces. Cuatro. No sabía por qué esperaba
que estuviese allí. Cinco. ¿Por qué se habría dejado el bolso en el
aparcamiento para ir corriendo a casa? Seis. Siete. Entonces lo entendió. Se
sentía como si le hubiesen dado una bofetada. Se maldijo interiormente por ser
tan estúpido. En ese momento, Manuel apareció a su lado. Al final resultó que
había adelantado al ascensor.
- Eh. Tranquilo. – dijo Manuel, poniéndole la mano en el hombro para
tranquilizarlo. Andrés lo miró a los ojos, y Manuel vio en el verde de los de
su compañero una mezcla de sentimientos muy definidos: culpabilidad, rabia,
confusión, y, sobre todo, miedo.
- Las llaves, Manuel. Las llaves. Soy imbécil. ¡Estoy aquí como un gilipollas
pensando que puede estar ahí dentro, mientras en el coche está su bolso con las
llaves del piso! Joder… - Andrés alzó los brazos y se revolvió el pelo. Luego
se cubrió la cara con ambas manos. Después, le pegó una patada a la puerta.
Manuel lo observaba en silencio. Lentamente, se agachó a mirar bajo el felpudo,
pero no había nada. Revolvió un poco la tierra de la maceta más próxima a la
puerta, pero nada. Tampoco tenía mucho sentido entrar en el piso: Raquel no
había estado allí desde esa mañana.
- ¿Qué crees que le puede haber pasado? – preguntó Andrés con la voz quebrada,
poniendo voz a los pensamientos de ambos. Manuel se dio la vuelta para mirarlo.
Tenía los ojos rojos y brillantes.
- No lo sé. Pero vamos a descubrirlo. Pediremos las grabaciones de las cámaras
de seguridad para saber qué ha pasado.
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