sábado, 23 de noviembre de 2013

4. WISH YOU WERE HERE

Era jueves. El día libre de Andrés. Ya habían pasado las once cuando se levantó de la cama. Le sorprendía que no le hubieran pedido que trabajase, con todo el lío que tenían, pero tanto él como Manuel necesitaban un respiro para poder seguir adelante. Sin embargo, se sorprendió pensando aún en el trabajo. Esta investigación le daba muy mala espina, y le recordaba a veces a una de las típicas series policíacas en su episodio más extraño, con la única diferencia de que aquello le estaba ocurriendo a él en la vida real. El día anterior habían encontrado el banco cerrado, por lo que decidieron que volverían el viernes, a preguntar sobre el mensaje. Aquel mensaje que a Andrés le parecía una broma de mal gusto, pero ya sabía que no lo era. Después del desayuno, intentó leer, pero no conseguía concentrarse. Tampoco le tranquilizaba ver la televisión. Al menos había tenido la suerte de no soñar nada la noche anterior, de librarse de los sueños inquietantes llenos de coches destrozados y sangre. Decidió ir a dar una vuelta, para despejarse un poco. Salió del pequeño apartamento con unos vaqueros, deportivas, y una camiseta negra. Era un día fantástico, el cielo estaba despejado y no hacía mucho calor. “Qué pena que no esté en condiciones de disfrutarlo.” Pensó, mientras empezaba a caminar calle abajo. Había poca gente fuera, y Andrés andaba absorto en sus pensamientos, sin concentrarse demasiado en el paseo. Más de una vez, Raquel vino a su mente, y se reprendió a si mismo por ello. No, no debía sentir nada por ella. No podía. Así que siguió andando, intentando prestar atención a los pequeños detalles que veía a su alrededor. Un niño caminando con su abuelo, tirando de su mano para que le llevase al parque. Un hombre con traje que llevaba un maletín y hablaba por teléfono. Aunque él pudiese descansar, muchos trabajaban. De repente,  notó que algo se movía en su bolsillo. El móvil, que había dejado en vibración. Lo cogió y miró la pantalla. Número desconocido. Atendió la llamada.
- ¿Sí? – preguntó, sin saber quién esperaba que estuviese al otro lado de la línea.
- ¿Manuel? Soy Raquel. – Andrés se quedó paralizado. Notaba que a ella le temblaba la voz. ¿Qué pasaba? – Estoy en el aparcamiento del centro comercial, ¿podrías venir? Creo que es muy importante. Y urgente. Adiós. – y dicho esto, colgó. Sin pararse a pensar, Andrés empezó a correr.
***
Tres personas salieron del ascensor y se dirigieron al aparcamiento: una niña de unos cinco años y sus padres. El hombre llevaba dos bolsas, y la mujer una. Raquel los vio alejarse en un coche rojo. No se habían percatado de su presencia, sentada en el suelo con la espalda apoyada en la pared, junto al ascensor. Habían pasado solo cinco minutos desde la llamada, y las manos le temblaban un poco menos. No conseguía reunir el valor para salir sola al aparcamiento, así que allí estaba, esperando a Manuel con las rodillas abrazadas. Repasó la llamada mentalmente y sintió un poco de culpa por no haberle dejado responder. Pero estaba demasiado nerviosa. Lo único que quería era sentarse allí, y sentir que el suelo no se movería. Que estaba a salvo. No dejaba de pensar que debía ser una broma de mal gusto por parte del universo. La imagen del choque apareció de nuevo en su mente, como llevaba haciendo varias veces en los últimos días, y recordó las vueltas que había dado el pequeño coche blanco, y sus propias manos temblando. Y recordó los brazos de Andrés sujetándola, su voz intentando tranquilizarla. Sus ojos verdes clavados en los suyos. No le había dado las gracias. El modo aleatorio del mp3 escogió la canción Wish You Were Here, de The Who, y Raquel se dio cuenta de que se sentía mejor. La música había surtido efecto. Estiró las manos delante de ella. Ya no temblaban. Entonces, entre sus manos vio unas deportivas. Miró hacia arriba y se encontró a Andrés mirándola fijamente. Tenía la respiración entrecortada, y estaba despeinado. Supuso que había estado corriendo. Su rostro reflejaba preocupación. Se quitó rápidamente los auriculares, guardó el mp3 en el bolso y lo miró a los ojos, increíblemente verdes. La cabeza le daba vueltas, con una mezcla de sorpresa y confusión. ¿Qué hacía él allí, si había llamado a Manuel?
- ¿Estás bien? – preguntó él.
           - S-sí. – empezó a levantarse, lentamente. No pudo aguantar más tiempo la pregunta, y se arrepintió en el momento en que la formuló. - ¿Qué haces aquí? 
- Me has llamado. – por suerte, no se mostró ofendido, ni siquiera parecía sorprendido.
- No. He llamado a Manuel. – contestó Raquel.
- Me has llamado a mí. – insistió él. – Por eso he venido. – dijo con serenidad. Parecía divertido con la situación, aunque la preocupación no había dejado su rostro. Raquel decidió que no era el mejor momento para discutir el tema. Se limitó a empezar a caminar hacia la puerta. Cuando estaba a punto de salir al aparcamiento, se giró para mirar a Andrés.
- Sígueme. – se limitó a decir. Necesitó toda su fuerza de voluntad para dar los primeros pasos por el garaje, esperando que él caminara tras ella.
Llegaron al fondo, y se detuvieron un poco antes de llegar a la pared. Raquel oyó cómo Andrés aguantaba la respiración durante un momento, al mirar alrededor y ver la causa de todo aquello.
***
No había tiempo para ser cauteloso: el mapa estaba en el coche. Y eso significaba que alguien podía descubrirlo y llamar a la policía, y entonces todo su esfuerzo acabaría en una celda. Y Luis no podía dejar que eso ocurriese. Entró a grandes zancadas en el parking del centro comercial, se encaminó hacia la pared del fondo, y paró en seco. Había alguien junto al coche. Una chica joven, con una larga melena oscura. Y estaba intentando ver el interior del coche a través de los cristales tintados. Luis se agachó junto a un coche familiar azul, a poca distancia del todoterreno, y empezó a repasar sus opciones mientras observaba a la joven. ¿Quién era? Y lo más importante: ¿qué demonios hacía allí, investigando su coche? No, no era posible que supiera nada del asesinato. ¿O sí? Ella seguía esforzándose por ver lo que había dentro del vehículo. ¿Y si veía el mapa? Peor aún, ¿y si, por cualquier coincidencia del universo, esa chica fuera consciente de lo sucedido el domingo, y supiese que ese todoterreno era el del asesino de aquel hombre inocente? Podía ser policía, a juzgar por el interés que le ponía a la inspección del vehículo. Una idea, excelente en ese momento, le atravesó la mente: aquella chica no debía contar a nadie lo que había visto. Lentamente y con sigilo, salió de su escondite.
***
Andrés se agachó a coger el pequeño bolso de tela del suelo. La preocupación era evidente en su rostro. Manuel se acercó a él, ya recuperado de la sorpresa al ver el todoterreno que tanto las había preocupado esos días.
- ¿Estás bien? ¿Qué pasa? – le preguntó con serenidad. Su compañero se dio la vuelta y le miró, pero Manuel lo notaba ausente. Le mostró el bolso negro que tenía en las manos.
- No está. – Andrés comenzó a revisar el contenido del bolso con dedos temblorosos: un móvil, un monedero, un paquete de pañuelos, un aparato mp3, y unas llaves.
- ¿Quién?
- Raquel.
Manuel calló un momento. - ¿Qué hacía Raquel aquí? – preguntó finalmente, ahora también preocupado por lo que pudiera haberle sucedido a la joven.
Andrés paró de revolver las cosas y empezó su relato de lo ocurrido aquella mañana: la llamada de Raquel, su llegada al aparcamiento, el coche negro que tenían al lado, con el faro destrozado. Le explicó que cuando tuvo que salir para poder llamar a su compañero, ella insistió en quedarse junto al todoterreno en lugar de ir con él como él sugirió. Y ahora no estaba. Pero su bolso sí, tirado en el suelo.
- Ahora vuelvo. Espérame aquí un momento. – dicho esto, Andrés salió corriendo, con el bolso en la mano, hacia el ascensor que subía al centro comercial.
Manuel lo vio marchar, confundido, y se quedó solo con sus pensamientos. Tras dar un par de vueltas al coche para intentar ver su interior sin éxito, su mente empezó a desviarse. Recordó el momento en que le dio a la chica el número de su compañero en lugar del suyo. ¿Por qué lo había hecho? Un impulso extraño. Una de sus corazonadas. Había notado cierta tensión entre ambos, y pensó que tal vez podría ayudar un poco, a su manera. Y Raquel había llamado a Andrés. El tiempo pasaba y él aún no volvía. ¿Qué estaría haciendo? Por un instante, se planteó si había cometido un error al no darle su número de verdad. ¿Habría cambiado algo?... No, estaba equivocado. A pesar de no conocer a su compañero de mucho tiempo, sabía que era un tipo competente. Un chaval con la cabeza en su sitio. Llegaría lejos. En ese momento, vio a Andrés corriendo hacia él desde el ascensor. Se detuvo frente a él con la respiración acelerada. Manuel lo miró.
- Nada.
- ¿Dónde estabas?
- Me dijo que trabajaba en una tienda aquí. Así que he preguntado en todas. Cuando he encontrado el sitio, su compañera me ha dicho que ya había acabado su turno cuando bajó. Tranquilo, no le he dicho nada para no preocuparla.
Andrés sacó el móvil del bolso y empezó a manejarlo. Manuel se acercó y vio que estaba viendo el registro de llamadas. La más reciente había sido a “Manuel policía”.
- Tengo que ir a su casa. – Andrés lo miraba con seriedad. Manuel pensó que en ese momento, a pesar de la ropa informal que vestía, parecía mayor de lo que era.
- Yo te llevo. He venido en coche. Vamos.
Hicieron el trayecto en silencio, excepto por la música de la radio. Pero ninguno escuchaba la música. Ambos pensaban lo mismo: ¿y si no estaba en su casa? ¿Qué le había pasado a Raquel?
Cuando llegaron al edificio, tuvieron que convencer a la única mujer que contestó en el portero automático de que realmente eran policías, y necesitaban entrar. Tras unas cuantas preguntas sobre qué iban a hacer y si iban a detener a alguien, consiguieron que les abriera la puerta y entraron al portal. Manuel observó a su compañero lanzarse por las escaleras: ni siquiera tenía paciencia para esperar al ascensor.
               Andrés se detuvo frente a la puerta del 6ºB casi sin aliento. Había subido los escalones de tres en tres, sin detenerse. Llamó al timbre y esperó unos segundos. No quería alarmar a los vecinos armando jaleo, por lo que aguardó un poco antes de pulsar de nuevo. Dos veces. Estaba impacientándose. Tres veces. Cuatro. No sabía por qué esperaba que estuviese allí. Cinco. ¿Por qué se habría dejado el bolso en el aparcamiento para ir corriendo a casa? Seis. Siete. Entonces lo entendió. Se sentía como si le hubiesen dado una bofetada. Se maldijo interiormente por ser tan estúpido. En ese momento, Manuel apareció a su lado. Al final resultó que había adelantado al ascensor.
               - Eh. Tranquilo. – dijo Manuel, poniéndole la mano en el hombro para tranquilizarlo. Andrés lo miró a los ojos, y Manuel vio en el verde de los de su compañero una mezcla de sentimientos muy definidos: culpabilidad, rabia, confusión, y, sobre todo, miedo.
               - Las llaves, Manuel. Las llaves. Soy imbécil. ¡Estoy aquí como un gilipollas pensando que puede estar ahí dentro, mientras en el coche está su bolso con las llaves del piso! Joder… - Andrés alzó los brazos y se revolvió el pelo. Luego se cubrió la cara con ambas manos. Después, le pegó una patada a la puerta. Manuel lo observaba en silencio. Lentamente, se agachó a mirar bajo el felpudo, pero no había nada. Revolvió un poco la tierra de la maceta más próxima a la puerta, pero nada. Tampoco tenía mucho sentido entrar en el piso: Raquel no había estado allí desde esa mañana.
               - ¿Qué crees que le puede haber pasado? – preguntó Andrés con la voz quebrada, poniendo voz a los pensamientos de ambos. Manuel se dio la vuelta para mirarlo. Tenía los ojos rojos y brillantes.
               - No lo sé. Pero vamos a descubrirlo. Pediremos las grabaciones de las cámaras de seguridad para saber qué ha pasado.





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