sábado, 23 de noviembre de 2013

4. WISH YOU WERE HERE

Era jueves. El día libre de Andrés. Ya habían pasado las once cuando se levantó de la cama. Le sorprendía que no le hubieran pedido que trabajase, con todo el lío que tenían, pero tanto él como Manuel necesitaban un respiro para poder seguir adelante. Sin embargo, se sorprendió pensando aún en el trabajo. Esta investigación le daba muy mala espina, y le recordaba a veces a una de las típicas series policíacas en su episodio más extraño, con la única diferencia de que aquello le estaba ocurriendo a él en la vida real. El día anterior habían encontrado el banco cerrado, por lo que decidieron que volverían el viernes, a preguntar sobre el mensaje. Aquel mensaje que a Andrés le parecía una broma de mal gusto, pero ya sabía que no lo era. Después del desayuno, intentó leer, pero no conseguía concentrarse. Tampoco le tranquilizaba ver la televisión. Al menos había tenido la suerte de no soñar nada la noche anterior, de librarse de los sueños inquietantes llenos de coches destrozados y sangre. Decidió ir a dar una vuelta, para despejarse un poco. Salió del pequeño apartamento con unos vaqueros, deportivas, y una camiseta negra. Era un día fantástico, el cielo estaba despejado y no hacía mucho calor. “Qué pena que no esté en condiciones de disfrutarlo.” Pensó, mientras empezaba a caminar calle abajo. Había poca gente fuera, y Andrés andaba absorto en sus pensamientos, sin concentrarse demasiado en el paseo. Más de una vez, Raquel vino a su mente, y se reprendió a si mismo por ello. No, no debía sentir nada por ella. No podía. Así que siguió andando, intentando prestar atención a los pequeños detalles que veía a su alrededor. Un niño caminando con su abuelo, tirando de su mano para que le llevase al parque. Un hombre con traje que llevaba un maletín y hablaba por teléfono. Aunque él pudiese descansar, muchos trabajaban. De repente,  notó que algo se movía en su bolsillo. El móvil, que había dejado en vibración. Lo cogió y miró la pantalla. Número desconocido. Atendió la llamada.
- ¿Sí? – preguntó, sin saber quién esperaba que estuviese al otro lado de la línea.
- ¿Manuel? Soy Raquel. – Andrés se quedó paralizado. Notaba que a ella le temblaba la voz. ¿Qué pasaba? – Estoy en el aparcamiento del centro comercial, ¿podrías venir? Creo que es muy importante. Y urgente. Adiós. – y dicho esto, colgó. Sin pararse a pensar, Andrés empezó a correr.
***
Tres personas salieron del ascensor y se dirigieron al aparcamiento: una niña de unos cinco años y sus padres. El hombre llevaba dos bolsas, y la mujer una. Raquel los vio alejarse en un coche rojo. No se habían percatado de su presencia, sentada en el suelo con la espalda apoyada en la pared, junto al ascensor. Habían pasado solo cinco minutos desde la llamada, y las manos le temblaban un poco menos. No conseguía reunir el valor para salir sola al aparcamiento, así que allí estaba, esperando a Manuel con las rodillas abrazadas. Repasó la llamada mentalmente y sintió un poco de culpa por no haberle dejado responder. Pero estaba demasiado nerviosa. Lo único que quería era sentarse allí, y sentir que el suelo no se movería. Que estaba a salvo. No dejaba de pensar que debía ser una broma de mal gusto por parte del universo. La imagen del choque apareció de nuevo en su mente, como llevaba haciendo varias veces en los últimos días, y recordó las vueltas que había dado el pequeño coche blanco, y sus propias manos temblando. Y recordó los brazos de Andrés sujetándola, su voz intentando tranquilizarla. Sus ojos verdes clavados en los suyos. No le había dado las gracias. El modo aleatorio del mp3 escogió la canción Wish You Were Here, de The Who, y Raquel se dio cuenta de que se sentía mejor. La música había surtido efecto. Estiró las manos delante de ella. Ya no temblaban. Entonces, entre sus manos vio unas deportivas. Miró hacia arriba y se encontró a Andrés mirándola fijamente. Tenía la respiración entrecortada, y estaba despeinado. Supuso que había estado corriendo. Su rostro reflejaba preocupación. Se quitó rápidamente los auriculares, guardó el mp3 en el bolso y lo miró a los ojos, increíblemente verdes. La cabeza le daba vueltas, con una mezcla de sorpresa y confusión. ¿Qué hacía él allí, si había llamado a Manuel?
- ¿Estás bien? – preguntó él.
           - S-sí. – empezó a levantarse, lentamente. No pudo aguantar más tiempo la pregunta, y se arrepintió en el momento en que la formuló. - ¿Qué haces aquí? 
- Me has llamado. – por suerte, no se mostró ofendido, ni siquiera parecía sorprendido.
- No. He llamado a Manuel. – contestó Raquel.
- Me has llamado a mí. – insistió él. – Por eso he venido. – dijo con serenidad. Parecía divertido con la situación, aunque la preocupación no había dejado su rostro. Raquel decidió que no era el mejor momento para discutir el tema. Se limitó a empezar a caminar hacia la puerta. Cuando estaba a punto de salir al aparcamiento, se giró para mirar a Andrés.
- Sígueme. – se limitó a decir. Necesitó toda su fuerza de voluntad para dar los primeros pasos por el garaje, esperando que él caminara tras ella.
Llegaron al fondo, y se detuvieron un poco antes de llegar a la pared. Raquel oyó cómo Andrés aguantaba la respiración durante un momento, al mirar alrededor y ver la causa de todo aquello.
***
No había tiempo para ser cauteloso: el mapa estaba en el coche. Y eso significaba que alguien podía descubrirlo y llamar a la policía, y entonces todo su esfuerzo acabaría en una celda. Y Luis no podía dejar que eso ocurriese. Entró a grandes zancadas en el parking del centro comercial, se encaminó hacia la pared del fondo, y paró en seco. Había alguien junto al coche. Una chica joven, con una larga melena oscura. Y estaba intentando ver el interior del coche a través de los cristales tintados. Luis se agachó junto a un coche familiar azul, a poca distancia del todoterreno, y empezó a repasar sus opciones mientras observaba a la joven. ¿Quién era? Y lo más importante: ¿qué demonios hacía allí, investigando su coche? No, no era posible que supiera nada del asesinato. ¿O sí? Ella seguía esforzándose por ver lo que había dentro del vehículo. ¿Y si veía el mapa? Peor aún, ¿y si, por cualquier coincidencia del universo, esa chica fuera consciente de lo sucedido el domingo, y supiese que ese todoterreno era el del asesino de aquel hombre inocente? Podía ser policía, a juzgar por el interés que le ponía a la inspección del vehículo. Una idea, excelente en ese momento, le atravesó la mente: aquella chica no debía contar a nadie lo que había visto. Lentamente y con sigilo, salió de su escondite.
***
Andrés se agachó a coger el pequeño bolso de tela del suelo. La preocupación era evidente en su rostro. Manuel se acercó a él, ya recuperado de la sorpresa al ver el todoterreno que tanto las había preocupado esos días.
- ¿Estás bien? ¿Qué pasa? – le preguntó con serenidad. Su compañero se dio la vuelta y le miró, pero Manuel lo notaba ausente. Le mostró el bolso negro que tenía en las manos.
- No está. – Andrés comenzó a revisar el contenido del bolso con dedos temblorosos: un móvil, un monedero, un paquete de pañuelos, un aparato mp3, y unas llaves.
- ¿Quién?
- Raquel.
Manuel calló un momento. - ¿Qué hacía Raquel aquí? – preguntó finalmente, ahora también preocupado por lo que pudiera haberle sucedido a la joven.
Andrés paró de revolver las cosas y empezó su relato de lo ocurrido aquella mañana: la llamada de Raquel, su llegada al aparcamiento, el coche negro que tenían al lado, con el faro destrozado. Le explicó que cuando tuvo que salir para poder llamar a su compañero, ella insistió en quedarse junto al todoterreno en lugar de ir con él como él sugirió. Y ahora no estaba. Pero su bolso sí, tirado en el suelo.
- Ahora vuelvo. Espérame aquí un momento. – dicho esto, Andrés salió corriendo, con el bolso en la mano, hacia el ascensor que subía al centro comercial.
Manuel lo vio marchar, confundido, y se quedó solo con sus pensamientos. Tras dar un par de vueltas al coche para intentar ver su interior sin éxito, su mente empezó a desviarse. Recordó el momento en que le dio a la chica el número de su compañero en lugar del suyo. ¿Por qué lo había hecho? Un impulso extraño. Una de sus corazonadas. Había notado cierta tensión entre ambos, y pensó que tal vez podría ayudar un poco, a su manera. Y Raquel había llamado a Andrés. El tiempo pasaba y él aún no volvía. ¿Qué estaría haciendo? Por un instante, se planteó si había cometido un error al no darle su número de verdad. ¿Habría cambiado algo?... No, estaba equivocado. A pesar de no conocer a su compañero de mucho tiempo, sabía que era un tipo competente. Un chaval con la cabeza en su sitio. Llegaría lejos. En ese momento, vio a Andrés corriendo hacia él desde el ascensor. Se detuvo frente a él con la respiración acelerada. Manuel lo miró.
- Nada.
- ¿Dónde estabas?
- Me dijo que trabajaba en una tienda aquí. Así que he preguntado en todas. Cuando he encontrado el sitio, su compañera me ha dicho que ya había acabado su turno cuando bajó. Tranquilo, no le he dicho nada para no preocuparla.
Andrés sacó el móvil del bolso y empezó a manejarlo. Manuel se acercó y vio que estaba viendo el registro de llamadas. La más reciente había sido a “Manuel policía”.
- Tengo que ir a su casa. – Andrés lo miraba con seriedad. Manuel pensó que en ese momento, a pesar de la ropa informal que vestía, parecía mayor de lo que era.
- Yo te llevo. He venido en coche. Vamos.
Hicieron el trayecto en silencio, excepto por la música de la radio. Pero ninguno escuchaba la música. Ambos pensaban lo mismo: ¿y si no estaba en su casa? ¿Qué le había pasado a Raquel?
Cuando llegaron al edificio, tuvieron que convencer a la única mujer que contestó en el portero automático de que realmente eran policías, y necesitaban entrar. Tras unas cuantas preguntas sobre qué iban a hacer y si iban a detener a alguien, consiguieron que les abriera la puerta y entraron al portal. Manuel observó a su compañero lanzarse por las escaleras: ni siquiera tenía paciencia para esperar al ascensor.
               Andrés se detuvo frente a la puerta del 6ºB casi sin aliento. Había subido los escalones de tres en tres, sin detenerse. Llamó al timbre y esperó unos segundos. No quería alarmar a los vecinos armando jaleo, por lo que aguardó un poco antes de pulsar de nuevo. Dos veces. Estaba impacientándose. Tres veces. Cuatro. No sabía por qué esperaba que estuviese allí. Cinco. ¿Por qué se habría dejado el bolso en el aparcamiento para ir corriendo a casa? Seis. Siete. Entonces lo entendió. Se sentía como si le hubiesen dado una bofetada. Se maldijo interiormente por ser tan estúpido. En ese momento, Manuel apareció a su lado. Al final resultó que había adelantado al ascensor.
               - Eh. Tranquilo. – dijo Manuel, poniéndole la mano en el hombro para tranquilizarlo. Andrés lo miró a los ojos, y Manuel vio en el verde de los de su compañero una mezcla de sentimientos muy definidos: culpabilidad, rabia, confusión, y, sobre todo, miedo.
               - Las llaves, Manuel. Las llaves. Soy imbécil. ¡Estoy aquí como un gilipollas pensando que puede estar ahí dentro, mientras en el coche está su bolso con las llaves del piso! Joder… - Andrés alzó los brazos y se revolvió el pelo. Luego se cubrió la cara con ambas manos. Después, le pegó una patada a la puerta. Manuel lo observaba en silencio. Lentamente, se agachó a mirar bajo el felpudo, pero no había nada. Revolvió un poco la tierra de la maceta más próxima a la puerta, pero nada. Tampoco tenía mucho sentido entrar en el piso: Raquel no había estado allí desde esa mañana.
               - ¿Qué crees que le puede haber pasado? – preguntó Andrés con la voz quebrada, poniendo voz a los pensamientos de ambos. Manuel se dio la vuelta para mirarlo. Tenía los ojos rojos y brillantes.
               - No lo sé. Pero vamos a descubrirlo. Pediremos las grabaciones de las cámaras de seguridad para saber qué ha pasado.





sábado, 6 de julio de 2013

3. PRUEBAS


        
            - ¡Ahí!

El dueño de la tienda detuvo el vídeo. El reloj de la imagen marcaba las 11 y dos minutos, y en el monitor se veía el todoterreno negro del que les había hablado Raquel. Manuel y Andrés se encontraban en una tienda de electrónica de la calle donde tuvo lugar el accidente del domingo. La cámara de seguridad del local grababa la calle a través de las puertas de cristal, y se podían ver los coches pasando.  Había estado activa durante todo el fin de semana, por lo que los agentes quisieron echarle un vistazo a la grabación en busca del misterioso vehículo.

- Parece que la chica tenía razón. Ahí está el segundo coche. El único problema es que no se vio el choque desde aquí, por lo que no es una prueba crucial. – dijo Manuel, un tanto decepcionado. Habían pasado ya dos días, y solo tenían pequeñas pruebas, que no les serían tan útiles después. Le pidieron al dueño de la tienda una copia de la grabación, y cinco minutos más tarde salieron de la tienda con el CD. Comenzaron a caminar hacia el coche.

- Pero ella nos lo contó todo. – dijo Andrés.

- Y confío plenamente en ella, es más, aquí en el vídeo tenemos el coche, pero no tenemos una grabación del accidente en sí, ¿comprendes?

- Sí. – el joven bajó la vista, pensativo.

- El problema aquí es que la gente prefiere pensar que fue un simple accidente a investigar y descubrir que hay un asesino suelto. Ya viste lo que pasó ayer.

El día anterior, en comisaría, se habían reunido varios agentes para decidir quién llevaría el caso, ahora que cabía la posibilidad de que fuese un asesinato. Algunos de los presentes no lo querían, pero otros insistieron en que podía ser solo un accidente, y que la chica se hubiese confundido. Al final, Andrés y Manuel fueron los únicos dispuestos a llevar a cabo la investigación.

- Bueno, esta ya es la tercera grabación en la que aparece el todoterreno. Ya es suficiente, ¿no crees? – dijo Andrés.

- Sí, vamos, tenemos más cosas que hacer.

Ya habían llegado al coche. Subieron los dos: Manuel era el conductor, y su compañero iba a su lado. Pasó un momento hasta que se rompió el silencio.

- Por cierto, muy buena idea la de revisar las grabaciones de las cámaras de seguridad. Enhorabuena. – dijo Manuel.

- Gracias. ¿Crees que esto nos servirá?

- Bueno, yo tenía la esperanza de que en alguna grabación se viese el choque de los coches, porque sería la prueba definitiva de que fue un asesinato.

- Tenemos a Raquel.

- Crees que llegado el momento estaría dispuesta a declarar?

- No lo sé… - Andrés desvió la mirada hacia la ventana lateral. Pasaban ahora por la avenida principal.

- Bueno, ya veremos qué hacemos. Por ahora, vamos a ver a la mujer de la víctima, Luisa, para aclarar algunas dudas.

- De acuerdo.

***

            Raquel estaba en la tienda, doblando las camisetas en oferta para mujer. Sonia, su compañera, se acercó a ella.

- Bueno, ¿qué tal? ¿Has vuelto a hablar con el policía? – le preguntó, sonriendo.
Raquel puso los ojos en blanco.

- Sonia, no te lo conté para que te quedaras solo con esa parte de la historia. Yo pensaba que podía confiar en ti, pero ya veo que no puedo tomarte en serio.

- ¡Pero cómo que no! ¡Serás…! – exclamó Sonia, y al ver la sonrisa que asomaba en la cara de su amiga, se rio también.

- Admite que es cierto. Siempre te estás fijando en lo mismo. Soy testigo de algo así, ¿y a ti lo único que te interesa es que me eche novio?

El día anterior se lo había contado todo a Sonia, en el descanso del almuerzo. A pesar de las diferencias entre ambas, en gustos, personalidad y forma de vida, para Raquel, su compañera de trabajo era también una gran amiga. Cuando acabó de relatar lo ocurrido, Sonia preguntó inmediatamente por el agente joven y si pensaba invitarlo a salir algún día.

- No es solo eso, y lo sabes. – Sonia tenía ahora una expresión más seria. – Desde que entraste a trabajar aquí, o sea, desde que te conozco, noto que te falta algo, que no eres del todo feliz. Y yo creo que lo que te falta es amor.

- Suenas muy cursi, ¿lo sabes? – dijo Raquel sonriendo.

- Voy en serio. Por qué no has salido con ningún tío en, cuánto, ¿seis meses?

- Sí que he salido con algunos.

- ¿Más de un día?

- No.

- ¿Por qué?

- ¿De verdad quieres saberlo?

- Sí.

Raquel miró a su alrededor, y se lamentó de la gran tranquilidad del centro comercial aquella mañana de martes. Llevaba seis meses trabajando en esa tienda, y llevaba seis meses conociendo a Sonia. Ahora que lo pensaba, se sorprendió de que su amiga no le hubiera preguntado todo eso antes.

- No quiero quedar con ningún chico una segunda vez porque no quiero que me guste de verdad.

- ¿Y hay alguna razón? – insistió Sonia.

- Es una larga historia…

- Como puedes ver, tenemos tiempo. – Sonia hizo un gesto abarcando la tienda vacía, y la miró fijamente con sus ojos azules. Los rizos rubios le caían sobre los hombros, y su rostro reflejaba una seriedad poco común.
Raquel suspiró. Miró una vez más a su alrededor, esperando que entrara algún cliente, pero no había nadie.

- Bueno, verás. Antes de venir aquí a trabajar, yo estaba con un tío que se llamaba, bueno, se llama Tomás. Llevábamos tres años juntos. Lo conocí en la facultad, y empezamos a salir. Yo estaba muy enamorada de él, y él de mí. Bueno, o eso parecía.
Un fin de semana se fue fuera de la ciudad con unos amigos, y no hablamos durante esos días, por la distancia, y tal… Luego volvió, y todo bien. Hasta que un día, unos días después de aquello, estábamos en un bar, y él me dejó un momento el móvil para mandar un mensaje, porque no llevaba el mío. Él se fue al baño. Mientras estaba escribiendo, recibió un mensaje que abrí sin querer. Era de una tal Sara. Hablaba de lo mucho que le había gustado lo de la semana anterior, y decía que ya le echaba de menos, preguntando cuándo iba a volver para repetirlo, como había prometido.

- ¡Será cabrón…! – dijo Sonia, boquiabierta.

- Podría describirse así. Cuando volvió del baño, le pedí explicaciones. La cosa fue que no supo darme ninguna. Simplemente me dijo que habíamos estado juntos demasiado tiempo y que él necesitaba su espacio. Como ves, le di todo el espacio del mundo. Lo peor fue que ni siquiera creo que le importara. Así que ya ves, no quiero tener otra relación en un tiempo porque duele demasiado.

Sonia la escuchaba atenta, con los ojos muy abiertos. No dijo nada, simplemente se acercó a ella y la abrazó. Se quedó un momento mirándola fijamente. Luego, sonrió.

- Las cosas no son siempre iguales, ¿sabes?

***

            Luisa abrió la puerta a los dos agentes. Ellos la saludaron educadamente, y ella les invitó a pasar. Entraron todos en el salón. Luisa cerró la puerta. Manuel se sentó primero, y el joven se sentó después, a su lado. No recordaba su nombre. Ella se sentó frente a ellos. Durante los dos últimos días, había vivido dentro de una burbuja. Un refugio para el dolor, que la protegía de todo lo que ocurría a su alrededor. Apenas dormía, y la comida no tenía ningún sabor. La mayor parte del tiempo se quedaba sentada, con la mirada perdida, recordando épocas pasadas. Pero sobre todo lloraba. Nunca había pensado que sería capaz de llorar tanto. Lo que más le dolía era no saber qué le había pasado a Eduardo. Se dio cuenta de que los agentes la miraban, y salió de sus cavilaciones.

- Muchas gracias por acceder a hablar con nosotros.

- No hay de qué. ¿Saben algo más del… tema? – no se atrevió a decir las palabras. Aún no estaba preparada.

- Me temo que sí, pero no sé si quiere saberlo usted... - los ojos de Manuel estaban llenos de compasión, y su joven compañero la miraba en silencio.

- Sí. Sea lo que sea, quiero saberlo. Quiero comprender lo que pasó. – se había estado mentalizando para decir esa frase desde que supo que vendrían los agentes. Ella misma no estaba segura de querer saberlo. Solo quería despertar de esa horrible pesadilla y descubrir que no había sido real, ver a su marido a su lado en la cama.

Manuel miró brevemente al otro agente, buscando fuerzas, y el joven asintió levemente con la cabeza.

- Bueno, no sé cómo decirlo… Tenemos algunas pruebas que indican que podría no haberse tratado de un accidente de tráfico… sino de un asesinato.

Luisa se tapó la boca con la mano. No lloró, probablemente porque no le quedaban lágrimas, pero el choque fue igual. Pasaron unos momentos hasta que recuperó el valor para volver a hablar.

- ¿Es eso cierto? ¿Pueden decirme qué pruebas tienen?

- Tenemos un testigo. Lo vio todo. Afirma que un coche embistió contra el de su marido, desencadenando de ese modo el accidente, pero ese coche logró escapar. Hemos revisado grabaciones y, en efecto, se puede ver un coche que coincide con la descripción que nos dieron, a la hora del choque.

Un asesinato. Alguien había planeado la muerte de Eduardo. Y luego había cogido un coche y le había matado. No había sido ningún accidente, sino algo premeditado. Pero ¿quién querría ver a su marido muerto?

- ¿Se encuentra bien? - preguntó el joven agente, preocupado, mirándola con grandes ojos verdes. Luisa se dio cuenta de que se había quedado con la mirada perdida, como desconectada del mundo.

- Eh… sí, sí. – contestó, volviendo a la realidad.

- ¿Se le ocurre algún motivo por el que alguien quisiera dañar a su marido? – le preguntó Manuel.

De repente, todo encajó. Era como un puzle, un rompecabezas, en el que le hubiesen escondido algunas piezas. El dolor no le había dejado pensar con claridad, pero ahora que sabía la verdad, todo empezó a tener sentido.

- Esperen un momento, vuelvo en seguida. – les dijo a los agentes. Se levantó y subió las escaleras. Un momento después, volvió a bajar con un pequeño sobre de papel en la mano. Se sentó de nuevo, y les tendió el sobre. Manuel lo cogió, y le dio la vuelta.
En un lado solo había dos palabras escritas:

Eduardo Reyes

- No tiene sello, ni remitente, ni dirección. ¿Qué es esto? – preguntó Manuel.

- Se lo dejaron a Eduardo en el coche hace dos semanas. Acabo de recordarlo. - explicó Luisa.

- Ya veo… ¿Me permite? – hizo ademán de abrir el sobre.

- Claro, claro.

Manuel lo abrió bajo la atenta mirada de Andrés. Dentro, había un papel con unas palabras escritas a mano.

Deja de meterte donde no te llaman. Abandona tu
“investigación” si no quieres problemas.

- ¿Qué significa?

- Eduardo me dijo que creía que era una broma, alguna tontería de un compañero del trabajo. Pero sí es cierto que estaba nervioso últimamente. No le di importancia, pero ahora que lo pienso, creo que me mintió. - Luisa lo entendió entonces. Dos semanas antes, Eduardo había llegado del trabajo con el sobre en la mano. Cuando se lo enseñó, ella se quedó muy preocupada, pero él la tranquilizó repitiendo que debía ser una broma.

- Ya veo… ¿Y dónde estaba cuando le dejaron esto?

- En el trabajo.

- De acuerdo, iremos allí a preguntar, a ver si aclaramos todo este asunto. ¿Tiene alguna idea de a qué investigación se refiere el mensaje?

- No, lo siento. Eduardo trabajaba en un banco, no sé qué investigación podía estar haciendo…

- No se preocupe, lo descubriremos. Muchas gracias, ha sido de gran ayuda. – dijo Manuel, levantándose. Su compañero también se puso en pie. – Por cierto, ¿le importaría que me llevara el mensaje?

- No, sin duda. Aquí tiene. - Luisa le entregó el sobre con el papel dentro. Después, acompañó a los agentes a la puerta y se despidió de ellos. Una vez estuvo sola, volvieron las lágrimas que pensaba que no tenía, y, apoyada en la puerta, empezó a llorar, cubriéndose el rostro con las manos.

“Eduardo, ¿en qué líos te metiste?" pensó, intentando comprender, sin éxito.

***

            Estaba revisando sus cosas por décima vez desde el choque. Las fotos, los guantes, el teléfono, las llaves del coche… Excepto el teléfono, todo lo demás eran cosas de las que podían, y debían, deshacerse. Había necesitado pocas cosas para llevar a cabo el plan. El mapa tenía señalada la ruta que realizaba el objetivo para ir del trabajo a casa y viceversa, y también habían marcado el mejor camino para seguirle. Las fotos mostraban al objetivo en diferentes momentos y lugares, por lo que les convenía tirarlas, por precaución. Lo mismo ocurría con los guantes que había usado para no dejar huellas en el coche. Y, por último, las llaves del todoterreno, que no le servirían para nada desde entonces. Revolvió una vez más el contenido de la mochila, y, por primera vez en los últimos días, se dio cuenta de que faltaba algo.

- ¡Mierda! – gritó, pegándole una patada a la silla, que cayó al suelo con un golpe sordo.

jueves, 25 de abril de 2013

2. CAFÉ



Luisa estaba leyendo una revista cuando llamaron al timbre. Se levantó del sofá, cruzó el amplio salón y abrió la puerta. En la entrada esperaban dos policías. Uno de ellos era mayor, de unos cincuenta y tantos años, con el pelo corto y canoso, nariz gruesa y piel morena. Tenía los ojos castaños, con los párpados caídos, y las manos grandes. El otro agente, que Luisa supuso que tendría unos veinticinco, era alto y delgado, con el pelo castaño y los ojos verdes. Tenía poca barba, como si llevara unos días sin afeitarse, y se notaba a simple vista que era bastante nuevo en el cuerpo.

- ¿Vive aquí Eduardo González? – preguntó el mayor de los agentes.

- Sí... ¿Por qué? ¿Ha pasado algo?

- ¿Es usted su mujer? – preguntó de nuevo él, mirando el anillo en su mano.

- Sí.

- ¿Podemos hablar con usted?

- Claro, pasen. Siéntense. – dijo Luisa, acompañándolos al salón. Mientras se sentaban en el sofá blanco, ella tomó asiento en el sillón al otro lado de la mesa de café. Notó que los agentes estaban nerviosos, no solo el más joven. Ambos tenían una expresión seria.

- ¿Por qué han venido? ¿Qué ha pasado?

Todo su mundo se vino abajo con la respuesta a esa pregunta. Eduardo se había ido. Para siempre. Lo primero que sintió fue incredulidad. No podía ser verdad. Debía tratarse de una broma de mal gusto, o algo por el estilo. No podía estar muerto. No tan de repente. Luego llegó el vacío y la angustia, una angustia que se apoderó de cada centímetro de su cuerpo, imparable. Sabía que aquellos brazos nunca la sujetarían, ni la abrazarían, y que nunca volvería a ver su sonrisa, ni el brillo de sus ojos cuando le decía que la amaba. Nada de eso volvería a pasar, porque ahora su marido estaba muerto. Muerto. Ni siquiera se esforzó en controlar las lágrimas, y dejó de sentir el mundo a su alrededor. Como algo muy distante, escuchó un desgarrador llanto, y gritos ahogados entre sollozos, pero no supo que salían de su interior. Aceptó inconscientemente los pañuelos que le tendieron los agentes. Lo único en lo que podía pensar era en Eduardo. No le preocupaban los detalles del accidente, porque poco importaban. Estaba sola contra el mundo. Nunca volvería a oír su voz diciéndole que todo se arreglaría, ni oiría sus sonoras carcajadas, nada. Se le nublaba la vista y apenas podía respirar. Lo único que sentía era un fuerte nudo en la garganta. El llanto empezó a hacerse más cercano, y poco a poco logró respirar con normalidad. Se calló de repente, aunque las lágrimas no cesaron. Tras unos momentos en silencio, intentando controlar el torrente de emociones que la dominaban, consiguió reunir la fuerza para hablar.

- ¿Cómo fue? – dijo con voz trémula, pero logrando aguantar las lágrimas, ardientes en sus ojos.

- Un accidente de coche. – respondió Manuel, mirando rápidamente a Andrés como aviso para que no dijera nada más. Ella no necesitaba saber los detalles sobre el otro coche hasta que no estuviesen totalmente seguros de que fue un asesinato. Andrés asintió y siguió mirando al suelo.

- ¿Por qué? – susurró Luisa, dirigiéndose a nadie en concreto y cubriéndose el rostro con las manos, respirando lentamente.

* * *

- Un café, por favor.

La camarera asintió y se fue, dejando a Raquel sola, sumergida en sus cavilaciones. Le resultaba vergonzosa la velocidad con la que había seguido con su rutina, a pesar de lo ocurrido el día anterior, aun siendo una de los pocos testigos que vieron el accidente. La imagen del coche daba vueltas por su cabeza, un mal recuerdo que no quería marcharse, que continuaría atormentándola durante un tiempo. Pensaba en los pájaros, y en el coche negro. Si solo hubiese estado más atenta al gran todoterreno en lugar de observar inútilmente los golpes del otro coche, podría haber visto la matrícula. Podría haberles dicho a los dos agentes algo que les sirviera de ayuda. Sin poder evitarlo, sus pensamientos se fueron a los ojos verdes del más joven, el más tímido. Regresó de repente a la realidad cuando llegó la camarera con una taza de café humeante. Dio un pequeño sorbo y posó la taza, sacudiendo la cabeza. “No puedo seguir pensando en él. No vale la pena, seguramente no lo volveré a ver nunca más” se dijo a sí misma, y se sorprendió con el doloroso giro que dio su estómago con este pensamiento. Miró a su alrededor. En la cafetería solo había dos clientes más además de ella: un anciano con un jersey amarillo que leía el periódico mientras se tomaba el café, y un hombre de unos cuarenta y tantos años con un polo azul y una chaqueta de cuero negro, ocupado con el móvil. “Siguen como si nada con sus vidas. Igual que yo. La diferencia es que ayer fui testigo de un asesinato, y ellos no.” pensó. Se acabó el café, pagó y salió de la cafetería, con la esperanza de que la rutina diaria le hiciese olvidar rápidamente todo lo sucedido.

* * *

            - ¿Dónde vamos? – preguntó Andrés a su compañero mientras salían de la comisaría y empezaban a andar por la acera hacia la avenida.

- A tomar un café. Hoy será un día largo. – contestó Manuel, mirando fijamente hacia delante. Andrés notó unas ligeras ojeras bajo sus ojos, y pensó si su compañero había conseguido dormir algo en toda la noche, a diferencia de él. Caminaron en silencio hasta la cafetería de la esquina, y se sentaron en una mesa apartada. Andrés se quitó la chaqueta y echó un vistazo al local. Estaba casi vacío: solo había dos mujeres en el otro extremo de la sala, charlando relajadamente mientras desayunaban. Sintió un poco de envidia por no poder seguir con su vida de manera normal, al menos no por un tiempo. Y cuando hubiera pasado todo lo del asesinato, habría un robo, o cualquier cosa similar que le mantendría despierto. Se había empezado a cuestionar si la vida de policía era la que realmente deseaba. Se sentó frente a Manuel en la pequeña mesa, y lo observó mientras pedía los cafés.

- ¿Has dormido? – le preguntó este.

- Apenas, ¿y tú?

- Bastante poco, a decir verdad.

Se quedaron en silencio un poco más. La camarera les sirvió los dos cafés, y, una vez se hubo marchado, Manuel miró a su compañero.

- También has pensado en la chica, ¿verdad? Raquel, ¿no? – preguntó.

Andrés abrió los ojos, sorprendido, e inmediatamente frunció el ceño. – ¿Qué? No creo que sea importante, dada la situación en la que nos encontramos, con un caso de asesinato que resolver, ¿no te parece?

- Bueno, solo quiero hablar de algo más normal, para distraerme un poco, y dejar de pensar en el accidente, o lo que fuera. Tampoco hace falta ponerse así. – contestó Manuel, bebiendo un sorbo de su café.

El joven se relajó un poco, pero no del todo. – ¿Y no podemos hablar del tiempo? ¿O de fútbol? Hay muchas cosas irrelevantes de las que podemos conversar…

- Vale, vale. Ya veo que no quieres hablar. – le interrumpió Manuel, levantando las manos.

Andrés se quedó un momento callado. Luego dijo: - De acuerdo. Sí, he pensado también en ella. Pero da igual, no la volveré a ver. Y no me siento muy cómodo contigo interrogándome sobre si me gusta una testigo, la verdad.

Manuel no pudo evitar una amplia sonrisa. – Yo no he dicho que te gustara.

Ante eso, Andrés no tenía respuesta. No tenía salida. Se limitó a no decir nada.

- ¿Y bien? ¿No piensas decir nada? - insistió su interrogador.

- ¿Qué quieres que te diga? Sí, me causó buena impresión. ¿Contento? No la voy a volver a ver en mi vida, no vale la pena seguir dándole vueltas al tema. – contestó el joven, irritado.

- Eso no lo sabes. Podrías sorprenderte.

- Sí, claro. Porque el universo tiene esas grandes coincidencias, ¿verdad? – al notar la amargura en la voz de Andrés, Manuel dio el tema por zanjado. Pagaron los cafés y salieron de la cafetería en silencio, preparados para afrontar el duro día que les esperaba.

* * *

                 Ya era tarde cuando el teléfono sonó. Lo cogió rápidamente, y sonrió al oír la voz femenina al otro lado de la línea.

- ¿Cómo va todo? – preguntó la mujer alegremente.

- Bien, ya sabes, esperando.

- ¿Ningún problema por ahora? ¿No te han seguido? ¿Nada?

- En absoluto. Nadie vio nada, y realmente pareció un accidente, así que no creo que hagan ninguna investigación.

- Genial. ¿Cuánto tiempo crees que deberíamos esperar?

- No lo sé, cariño. Creo que dos semanas estarían bien, para asegurarnos de no levantar sospechas. ¿Y el dinero? – no pudo esconder cierta nota de nerviosismo en su voz.

- Aquí conmigo, intacto. Sabes que no pienso gastar ni un céntimo sin ti. – contestó ella.

- Gracias. No te preocupes, ya falta menos.

- Es verdad. Bueno, tengo sueño, voy a dormir. Te quiero.

- Y yo a ti. – Dicho esto, colgó el teléfono. Sabía que aquello no era del todo cierto, pero necesitaba a Ingrid del mismo modo que ella lo necesitaba a él, por lo que seguían fingiendo ser felices el uno con el otro. Tenía que tener cuidado, porque ella podría irse con el dinero en cualquier momento. “Bueno, si lo intenta, les contaré a la policía cómo lo consiguió y esa idiota irá a la cárcel mientras yo me largo con la pasta. Será cosa fácil, así que más le vale estar quieta” pensó. Era bueno improvisando, así que no le resultaría difícil encontrar una forma de conseguir el dinero sin que se lo llevara la policía. Se sirvió la tercera copa de whisky mientras miraba la ciudad iluminada, y las diminutas estrellas en el cielo de la noche. Sin duda era una vista bellísima. Cerró los ojos, imaginándose a sí mismo en alguna isla tropical, disfrutando de una vida de millonario.