- ¡Ahí!
El dueño de la tienda detuvo el vídeo. El
reloj de la imagen marcaba las 11 y dos minutos, y en el monitor se veía el
todoterreno negro del que les había hablado Raquel. Manuel y Andrés se
encontraban en una tienda de electrónica de la calle donde tuvo lugar el
accidente del domingo. La cámara de seguridad del local grababa la calle a
través de las puertas de cristal, y se podían ver los coches pasando. Había estado activa durante todo el fin de
semana, por lo que los agentes quisieron echarle un vistazo a la grabación en
busca del misterioso vehículo.
- Parece que la chica tenía razón. Ahí está
el segundo coche. El único problema es que no se vio el choque desde aquí, por
lo que no es una prueba crucial. – dijo Manuel, un tanto decepcionado. Habían
pasado ya dos días, y solo tenían pequeñas pruebas, que no les serían tan
útiles después. Le pidieron al dueño de la tienda una copia de la grabación, y
cinco minutos más tarde salieron de la tienda con el CD. Comenzaron a caminar
hacia el coche.
- Pero ella nos lo contó todo. – dijo Andrés.
- Y confío plenamente en ella, es más, aquí
en el vídeo tenemos el coche, pero no tenemos una grabación del accidente en
sí, ¿comprendes?
- Sí. – el joven bajó la vista, pensativo.
- El problema aquí es que la gente prefiere
pensar que fue un simple accidente a investigar y descubrir que hay un asesino
suelto. Ya viste lo que pasó ayer.
El día anterior, en comisaría, se habían
reunido varios agentes para decidir quién llevaría el caso, ahora que cabía la
posibilidad de que fuese un asesinato. Algunos de los presentes no lo querían,
pero otros insistieron en que podía ser solo un accidente, y que la chica se
hubiese confundido. Al final, Andrés y Manuel fueron los únicos dispuestos a
llevar a cabo la investigación.
- Bueno, esta ya es la tercera grabación en
la que aparece el todoterreno. Ya es suficiente, ¿no crees? – dijo Andrés.
- Sí, vamos, tenemos más cosas que hacer.
Ya habían llegado al coche. Subieron los dos:
Manuel era el conductor, y su compañero iba a su lado. Pasó un momento hasta
que se rompió el silencio.
- Por cierto, muy buena idea la de revisar
las grabaciones de las cámaras de seguridad. Enhorabuena. – dijo Manuel.
- Gracias. ¿Crees que esto nos servirá?
- Bueno, yo tenía la esperanza de que en alguna
grabación se viese el choque de los coches, porque sería la prueba definitiva
de que fue un asesinato.
- Tenemos a Raquel.
- Crees que llegado el momento estaría
dispuesta a declarar?
- No lo sé… - Andrés desvió la mirada hacia
la ventana lateral. Pasaban ahora por la avenida principal.
- Bueno, ya veremos qué hacemos. Por ahora,
vamos a ver a la mujer de la víctima, Luisa, para aclarar algunas dudas.
- De acuerdo.
***
Raquel
estaba en la tienda, doblando las camisetas en oferta para mujer. Sonia, su
compañera, se acercó a ella.
- Bueno, ¿qué tal? ¿Has vuelto a hablar con
el policía? – le preguntó, sonriendo.
Raquel puso los ojos en blanco.
- Sonia, no te lo conté para que te quedaras
solo con esa parte de la historia. Yo pensaba que podía confiar en ti, pero ya
veo que no puedo tomarte en serio.
- ¡Pero cómo que no! ¡Serás…! – exclamó
Sonia, y al ver la sonrisa que asomaba en la cara de su amiga, se rio también.
- Admite que es cierto. Siempre te estás
fijando en lo mismo. Soy testigo de algo así, ¿y a ti lo único que te interesa
es que me eche novio?
El día anterior se lo había contado todo a
Sonia, en el descanso del almuerzo. A pesar de las diferencias entre ambas, en
gustos, personalidad y forma de vida, para Raquel, su compañera de trabajo era
también una gran amiga. Cuando acabó de relatar lo ocurrido, Sonia preguntó
inmediatamente por el agente joven y si pensaba invitarlo a salir algún día.
- No es solo eso, y lo sabes. – Sonia tenía
ahora una expresión más seria. – Desde que entraste a trabajar aquí, o sea,
desde que te conozco, noto que te falta algo, que no eres del todo feliz. Y yo
creo que lo que te falta es amor.
- Suenas muy cursi, ¿lo sabes? – dijo Raquel
sonriendo.
- Voy en serio. Por qué no has salido con
ningún tío en, cuánto, ¿seis meses?
- Sí que he salido con algunos.
- ¿Más de un día?
- No.
- ¿Por qué?
- ¿De verdad quieres saberlo?
- Sí.
Raquel miró a su alrededor, y se lamentó de
la gran tranquilidad del centro comercial aquella mañana de martes. Llevaba
seis meses trabajando en esa tienda, y llevaba seis meses conociendo a Sonia.
Ahora que lo pensaba, se sorprendió de que su amiga no le hubiera preguntado
todo eso antes.
- No quiero quedar con ningún chico una
segunda vez porque no quiero que me guste de verdad.
- ¿Y hay alguna razón? – insistió Sonia.
- Es una larga historia…
- Como puedes ver, tenemos tiempo. – Sonia
hizo un gesto abarcando la tienda vacía, y la miró fijamente con sus ojos
azules. Los rizos rubios le caían sobre los hombros, y su rostro reflejaba una
seriedad poco común.
Raquel suspiró. Miró una vez más a su
alrededor, esperando que entrara algún cliente, pero no había nadie.
- Bueno, verás. Antes de venir aquí a
trabajar, yo estaba con un tío que se llamaba, bueno, se llama Tomás.
Llevábamos tres años juntos. Lo conocí en la facultad, y empezamos a salir. Yo
estaba muy enamorada de él, y él de mí. Bueno, o eso parecía.
Un fin de semana se fue fuera de la ciudad
con unos amigos, y no hablamos durante esos días, por la distancia, y tal…
Luego volvió, y todo bien. Hasta que un día, unos días después de aquello,
estábamos en un bar, y él me dejó un momento el móvil para mandar un mensaje,
porque no llevaba el mío. Él se fue al baño. Mientras estaba escribiendo,
recibió un mensaje que abrí sin querer. Era de una tal Sara. Hablaba de lo
mucho que le había gustado lo de la semana anterior, y decía que ya le echaba
de menos, preguntando cuándo iba a volver para repetirlo, como había prometido.
- ¡Será cabrón…! – dijo Sonia, boquiabierta.
- Podría describirse así. Cuando volvió del
baño, le pedí explicaciones. La cosa fue que no supo darme ninguna. Simplemente
me dijo que habíamos estado juntos demasiado tiempo y que él necesitaba su
espacio. Como ves, le di todo el espacio del mundo. Lo peor fue que ni siquiera
creo que le importara. Así que ya ves, no quiero tener otra relación en un
tiempo porque duele demasiado.
Sonia la escuchaba atenta, con los ojos muy
abiertos. No dijo nada, simplemente se acercó a ella y la abrazó. Se quedó un
momento mirándola fijamente. Luego, sonrió.
- Las cosas no son siempre iguales, ¿sabes?
***
Luisa
abrió la puerta a los dos agentes. Ellos la saludaron educadamente, y ella les
invitó a pasar. Entraron todos en el salón. Luisa cerró la puerta. Manuel se
sentó primero, y el joven se sentó después, a su lado. No recordaba su nombre.
Ella se sentó frente a ellos. Durante los dos últimos días, había vivido dentro
de una burbuja. Un refugio para el dolor, que la protegía de todo lo que
ocurría a su alrededor. Apenas dormía, y la comida no tenía ningún sabor. La
mayor parte del tiempo se quedaba sentada, con la mirada perdida, recordando
épocas pasadas. Pero sobre todo lloraba. Nunca había pensado que sería capaz de
llorar tanto. Lo que más le dolía era no saber qué le había pasado a Eduardo.
Se dio cuenta de que los agentes la miraban, y salió de sus cavilaciones.
- Muchas gracias por acceder a hablar con
nosotros.
- No hay de qué. ¿Saben algo más del… tema? –
no se atrevió a decir las palabras. Aún no estaba preparada.
- Me temo que sí, pero no sé si quiere
saberlo usted... - los ojos de Manuel estaban llenos de compasión, y su joven
compañero la miraba en silencio.
- Sí. Sea lo que sea, quiero saberlo. Quiero
comprender lo que pasó. – se había estado mentalizando para decir esa frase
desde que supo que vendrían los agentes. Ella misma no estaba segura de querer
saberlo. Solo quería despertar de esa horrible pesadilla y descubrir que no
había sido real, ver a su marido a su lado en la cama.
Manuel miró brevemente al otro agente,
buscando fuerzas, y el joven asintió levemente con la cabeza.
- Bueno, no sé cómo decirlo… Tenemos algunas
pruebas que indican que podría no haberse tratado de un accidente de tráfico…
sino de un asesinato.
Luisa se tapó la boca con la mano. No lloró,
probablemente porque no le quedaban lágrimas, pero el choque fue igual. Pasaron
unos momentos hasta que recuperó el valor para volver a hablar.
- ¿Es eso cierto? ¿Pueden decirme qué pruebas
tienen?
- Tenemos un testigo. Lo vio todo. Afirma que
un coche embistió contra el de su marido, desencadenando de ese modo el
accidente, pero ese coche logró escapar. Hemos revisado grabaciones y, en
efecto, se puede ver un coche que coincide con la descripción que nos dieron, a
la hora del choque.
Un asesinato. Alguien había planeado la
muerte de Eduardo. Y luego había cogido un coche y le había matado. No había
sido ningún accidente, sino algo premeditado. Pero ¿quién querría ver a su
marido muerto?
- ¿Se encuentra bien? - preguntó el joven
agente, preocupado, mirándola con grandes ojos verdes. Luisa se dio cuenta de
que se había quedado con la mirada perdida, como desconectada del mundo.
- Eh… sí, sí. – contestó, volviendo a la
realidad.
- ¿Se le ocurre algún motivo por el que
alguien quisiera dañar a su marido? – le preguntó Manuel.
De repente, todo encajó. Era como un puzle,
un rompecabezas, en el que le hubiesen escondido algunas piezas. El dolor no le
había dejado pensar con claridad, pero ahora que sabía la verdad, todo empezó a
tener sentido.
- Esperen un momento, vuelvo en seguida. –
les dijo a los agentes. Se levantó y subió las escaleras. Un momento después,
volvió a bajar con un pequeño sobre de papel en la mano. Se sentó de nuevo, y
les tendió el sobre. Manuel lo cogió, y le dio la vuelta.
En un lado solo había dos palabras escritas:
Eduardo Reyes
- No tiene sello, ni remitente, ni dirección.
¿Qué es esto? – preguntó Manuel.
- Se lo dejaron a Eduardo en el coche hace
dos semanas. Acabo de recordarlo. - explicó Luisa.
- Ya veo… ¿Me permite? – hizo ademán de abrir
el sobre.
- Claro, claro.
Manuel lo abrió bajo la atenta mirada de
Andrés. Dentro, había un papel con unas palabras escritas a mano.
Deja de meterte donde no te llaman. Abandona tu
“investigación” si no quieres problemas.
- ¿Qué significa?
- Eduardo me dijo que creía que era una
broma, alguna tontería de un compañero del trabajo. Pero sí es cierto que
estaba nervioso últimamente. No le di importancia, pero ahora que lo pienso,
creo que me mintió. - Luisa lo entendió entonces. Dos semanas antes, Eduardo
había llegado del trabajo con el sobre en la mano. Cuando se lo enseñó, ella se
quedó muy preocupada, pero él la tranquilizó repitiendo que debía ser una
broma.
- Ya veo… ¿Y dónde estaba cuando le dejaron
esto?
- En el trabajo.
- De acuerdo, iremos allí a preguntar, a ver
si aclaramos todo este asunto. ¿Tiene alguna idea de a qué investigación se
refiere el mensaje?
- No, lo siento. Eduardo trabajaba en un
banco, no sé qué investigación podía estar haciendo…
- No se preocupe, lo descubriremos. Muchas
gracias, ha sido de gran ayuda. – dijo Manuel, levantándose. Su compañero
también se puso en pie. – Por cierto, ¿le importaría que me llevara el mensaje?
- No, sin duda. Aquí tiene. - Luisa le
entregó el sobre con el papel dentro. Después, acompañó a los agentes a la
puerta y se despidió de ellos. Una vez estuvo sola, volvieron las lágrimas que
pensaba que no tenía, y, apoyada en la puerta, empezó a llorar, cubriéndose el
rostro con las manos.
“Eduardo, ¿en qué líos te metiste?"
pensó, intentando comprender, sin éxito.
***
Estaba
revisando sus cosas por décima vez desde el choque. Las fotos, los guantes, el
teléfono, las llaves del coche… Excepto el teléfono, todo lo demás eran cosas
de las que podían, y debían, deshacerse. Había necesitado pocas cosas para
llevar a cabo el plan. El mapa tenía señalada la ruta que realizaba el objetivo
para ir del trabajo a casa y viceversa, y también habían marcado el mejor
camino para seguirle. Las fotos mostraban al objetivo en diferentes momentos y
lugares, por lo que les convenía tirarlas, por precaución. Lo mismo ocurría con
los guantes que había usado para no dejar huellas en el coche. Y, por último,
las llaves del todoterreno, que no le servirían para nada desde entonces.
Revolvió una vez más el contenido de la mochila, y, por primera vez en los
últimos días, se dio cuenta de que faltaba algo.
- ¡Mierda! – gritó, pegándole una patada a la
silla, que cayó al suelo con un golpe sordo.
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