Aire. El cielo esa mañana estaba claro, no se veía ni
una sola nube, como debe ser a comienzos de verano, pero hacía fresco. En sus
pulmones entraba el aire más limpio que se podía conseguir en el centro de la
ciudad. Se asomó al balcón y miró hacia abajo. A seis pisos de distancia de
tierra firme, desde la terraza del apartamento, podía disfrutar de una vista
impresionante. La amplia avenida, las palmeras plantadas en esas zonas de
hierba del cruce con la calle que bajaba desde la montaña. El tráfico no era
demasiado intenso, solo algunos coches que pasaban de un lado a otro, con la
tranquilidad contagiosa de un domingo. El trozo de mar que podía ver entre dos
bloques de pisos de enfrente era de un azul intenso, el agua clara. Dio un
pequeño sorbo al té, servido en su taza favorita, con la portada del álbum “Abbey
Road” de los Beatles. Miró el reloj.
Eran las once en punto.
De repente, los pájaros, antes descansando sobre los
edificios cercanos, empezaron a volar alborotadamente, dando vueltas por el
aire a una velocidad vertiginosa. Se quedó mirando la escena con asombro y extrañeza.
Nunca había visto tanto jaleo en el pedazo de cielo que contemplaba desde la
pequeña terraza. La mayoría de los pájaros eran golondrinas y gorriones, junto
con otras especies que no lograba identificar. Volaban en círculos, cruzándose
unos con otros, o cayendo en picado un poco para luego subir de nuevo. No
paraban. Desde el balcón, se preguntó qué les pasaía.
Y entonces ocurrió. Todo fue muy rápido. Vio un
Volkswagen Golf blanco que iba por la parte derecha de la
avenida. Y un gran todoterreno negro con cristales tintados cuyo modelo no
reconoció. El segundo coche pasaba a toda velocidad. Cuando estuvo suficientemente
cerca del Volkswagen, giró bruscamente, chocando lateralmente con el pequeño
coche blanco, y sacándolo de la carretera. El todoterreno no
perdió el control. En cambio, el Volkswagen dio media vuelta, golpeó
brutalmente de lado una farola cercana y siguió girando y moviéndose, sin que
el conductor pudiera manejar la situación. Si es que el conductor aún estaba
vivo, después del gran impacto que había abollado el lado izquierdo del
vehículo. El ruido de los golpes era ensordecedor, aumentando cada vez más con
cada golpe, y se mezclaba con el chirriar constante de los neumáticos
deslizándose sobre el asfalto, formando una horrible sinfonía. El coche chocó
contra la mediana, voló unos metros en el aire y cayó estrepitosamente sobre la
carretera. Solo en ese momento se detuvo. Pero para entonces, el coche negro ya
había desaparecido.
Humo. Era todo lo que podía ver donde estaba el coche. El
poco tráfico que había quedó detenido, y muchos conductores salieron de sus
vehículos para ver lo ocurrido. Desde el balcón vio cada vez más gente agrupada
en torno a la nube de humo oscuro. Los oídos le pitaban y le dolía la cabeza del
gran estruendo del accidente, si es que se podía llamar así a lo que había
presenciado. Su cuerpo entero estaba paralizado, y no era capaz de pensar. Se
dio cuenta de que sus manos temblaban, y dejó la taza sobre la mesa de la
terraza. En los bloques de pisos de la zona, las ventanas empezaron a abrirse y
rostros a asomar por ellas, y los balcones se llenaban de personas que habían
oído el ruido. Abajo, el humo se había disipado un poco, dejando ver siluetas
de gente caminando despacio hacia el Volkswagen blanco, intentando ver al
conductor. La ambulancia no tardó en llegar, y todos los conductores apartaron
los coches para dejarle paso. Bajaron dos hombres de la ambulancia y se
dirigieron al vehículo destrozado. Poco después, la policía estaba allí, unos
agentes organizando el tráfico y otros acercándose al coche con los de la
ambulancia. El humo les dificultaba ver el interior del Volkswagen, pero tardó
un momento en desaparecer, y encontraron al conductor. Estaba muerto. Desde el
balcón, a pesar de la distancia, se podía ver el cuerpo desplomado sobre el
volante, inmóvil e inerte.
Déjate inundar por las palabras y que los demás disfrutemos de tu creatividad.
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