martes, 5 de marzo de 2013

1. ELVIS



El coche olía a café. No era lo que Andrés se imaginaba para un coche de policía, pero tampoco era nada del otro mundo. Cuando giraron la esquina, entraron en la gran avenida paralela al mar. Estaban casi llegando al lugar del accidente. Manuel, a su lado, estaba tenso. Aunque llevara veinte años de servicio a sus espaldas, la idea de una víctima mortal aún le asustaba. Manuel González, de unos cincuenta años, pelo canoso y constitución fuerte, era normalmente tranquilo e imperturbable, con la cabeza en su sitio y las ideas claras. Pero esa mañana no. No estaba acostumbrado a cosas tan importantes. Lo normal para un domingo por la mañana era dar vueltas por la ciudad, vigilando que todo estuviera en orden, después hacer algo de papeleo en la oficina y listos. Ese día era diferente. Un hombre muerto. Era más de lo que podían manejar. Andrés apenas había hablado con él en todo el trayecto desde la comisaría. Estaba demasiado nervioso y asustado para pensar con claridad. El tráfico casi se había detenido a lo largo de toda la avenida, avanzando muy lentamente. Algunos coches giraban para ir por las calles del centro. Manuel activó la sirena, y en un momento consiguieron un camino entre los vehículos. Dos minutos después, ya estaban allí, viendo el Volkswagen blanco hecho chatarra por los laterales, el capó abollado y los faros destrozados. Aún echaba un poco de humo, pero la visibilidad era suficiente para distinguir el cadáver en el asiento del conductor.

Andrés tuvo que aguantar las arcadas al ver la sangre. Era una imagen demasiado brutal. Había pasado siete meses en la oficina, haciendo informes y cosas por el estilo, y una semana antes le habían asignado como compañero a Manuel, porque el antiguo acompañante de este se había jubilado. En la ciudad no solía ocurrir nada fuera de lo común, solo algunos delitos menores que se podían solucionar en poco tiempo, algún robo, vandalismo, y cosas del estilo. Pero este caso era diferente. En todo el tiempo que Andrés llevaba en la policía, no había habido ninguna muerte que tuvieran que investigar. La llamada que recibió la comisaría era de una mujer nerviosa, que había oído el estruendo y, al ver qué había sido, encontró el coche destrozado y al conductor muerto. No había visto el accidente, y repetía que no había otro coche dañado. Aún así, la idea de que hubiese habido otro coche implicado rondaba por la cabeza de ambos agentes, aunque ninguno había compartido el pensamiento en voz alta.

Unos minutos más tarde, Manuel estaba muy ocupado controlando a los otros agentes que había en el lugar para fijarse en la mala cara de su compañero, dominado por las náuseas. Andrés estaba lo más lejos posible del Volkswagen, intentando mantener la compostura. Sabía que no era la actitud digna de un agente, pero no era capaz de pensar con claridad. Miró el reloj. Eran las once y cuarto. Se concentró en mirar al asfalto, respirando lentamente. Un momento después, Manuel se acercó a él y se apoyó en el coche, a su lado.

- Ya le hemos identificado. Por suerte, llevaba la cartera encima. – le dijo.

- ¿Y bien?

- Eduardo Reyes González, 46 años. Era de aquí. El juez no puede venir todavía a levantar el cuerpo, así que tendremos que empezar por preguntar a la gente. – explicó. - ¿Estás bien, chaval? – añadió, viendo la cara de Andrés, que aún seguía mareado.

- No. Es la primera vez que veo tanta sangre, y no me encuentro muy bien.

- ¿Ya habías visto antes un cadáver?

- Sí, pero estaba bien colocado en un ataúd, no en este estado. Lo siento, pero no puedo acercarme sin que me entren ganas de vomitar.

- No te preocupes, es lógico. Mira, ya hay agentes interrogando a la gente que había en la calle por si han visto algo, si quieres puedes preguntar a la gente de los pisos de alrededor. Así te despejas un poco, ¿de acuerdo? Yo te llamaré si te necesito. – dijo Manuel, dándole una palmada en la espalda.

- ¿Seguro que no te importa?

- ¡Claro que no! Tú vete tranquilo, a ver qué encuentras.

- Bueno, vale. – dicho esto, Andrés se dio la vuelta y empezó a andar hacia uno de los bloques de pisos de la zona.

Eran ya las doce y cinco cuando llamó al timbre del 6º B del segundo bloque de pisos en el que entraba. Pocas personas habían visto algo del accidente, y los que sí, no sabían nada sobre ningún otro coche porque solo alcanzaron a ver el Volkswagen ya destrozado. Andrés estaba empezando a pensar que tal vez se equivocaba y el conductor simplemente había perdido el control del vehículo, nada más. Estaba dándole vueltas a esa teoría cuando la puerta se abrió, y en la entrada vio a una chica de más o menos su edad, morena y con los ojos oscuros. No era muy alta, pero sí de figura elegante. Tenía el pelo largo mojado y revuelto, y llevaba unos pantalones cortos vaqueros y una camiseta ancha, azul y blanca. El primer pensamiento de Andrés al verla fue que era muy guapa. Lo descartó rápidamente de su cabeza, tenía cosas que hacer para la investigación. Ella le miraba atentamente, y en la mano tenía una taza humeante con la ilustración del disco “Abbey Road”.

* * *

En el garaje hacía mucho calor. Las lámparas fluorescentes en el techo parpadeaban de vez en cuando, si no estaban ya fundidas, y el suelo estaba cubierto por una camada tan gruesa de polvo que no se veía el cemento. El aire olía intensamente a humo y a gasolina, y era sofocante. Miró por última vez el gran todoterreno negro, aparcado en la esquina, sin destacar entre los otros coches. Los daños no eran visibles desde su posición. El golpe había sido lo bastante fuerte como para abollar la parte derecha del capó y destrozar el faro, pero ya poco importaba. Ese coche no volvería a salir de allí. Se dio la vuelta y caminó lentamente hacia el ascensor. Todos pensarían en un accidente, y no había testigos. Sorprendentemente, su conciencia estaba totalmente tranquila, leve, sin el peso del crimen. Al fin y al cabo, no era su primer asesinato.
 
* * *

Manuel estaba  revisando una vez más el maletero del Volkswagen cuando sonó su móvil. Era Andrés, y le pidió que fuera al 6º B del bloque de pisos con vistas al mar, el de ocho plantas que hacía esquina. Había una chica que había visto el accidente. Manuel colgó el teléfono, y se dirigió a paso rápido al edificio. Cuando llamó al timbre, le abrió una joven muy guapa, más o menos de la edad de su compañero, y le invitó a pasar. El pequeño pasillo de la entrada daba paso a un salón no muy grande, decorado con colores fuertes. Había varias estanterías, una televisión, y un sofá naranja sobre el que ya estaba sentado Andrés, que le saludó con un movimiento de cabeza. El apartamento tenía cocina americana, separada de salón por una mesa y dos sillas.

- Puede sentarse si quiere, agente. – le dijo la chica. Manuel se acercó lentamente al sofá y se sentó al lado de su compañero. La joven desapareció por el pasillo.

- ¿Por qué no la has interrogado tú solo? – le preguntó a Andrés en voz baja.

- Pensé que era mejor que la información nos la contara a los dos, para que tú supieras también todos los detalles. Dice que lo vio todo. – estaba nervioso, se le notaba en la voz. En ese momento, entró la chica de nuevo, con una sudadera gris, y se sentó en el sillón que había junto al sofá, del mismo color que este. En el centro había una mesa baja, sobre la que había unas revistas, un libro y la taza de los Beatles.

- De acuerdo. ¿Cómo se llama, señorita? – dijo Manuel, dirigiéndose a la joven.

- Raquel Gómez. – dijo ella. Miraba de vez en cuando a Andrés, pero él no se daba cuenta. Estaba ocupado observando el gran póster de Elvis Presley en la pared frente a ellos. Manuel se preguntó si lo hacía simplemente para evitar mirarla a ella.

- Bien, yo soy Manuel Torres, y este es mi compañero, el agente Guerra.  Necesitamos que nos cuente todo lo que vio antes. Todo detalle podría ser de ayuda. Si se encuentra bien para hablar, claro está. Podría ser un tema delicado…

- No, no hay problema. Supongo que las dos tilas que me he tomado desde entonces han ayudado, estoy perfectamente. – se rió nerviosamente. Manuel y Andrés la miraban, atentos y serios. – Bueno, yo estaba en la terraza, desayunando, cuando vi el Volkswagen blanco pasando tranquilamente por la carretera, y entonces un todoterreno negro llegó a toda velocidad y, cuando estaba al lado del otro coche, giró bruscamente, sacándolo de la carretera. Luego se alejó, mientras el otro coche daba vueltas sin control, chocándose contra todo. No me pareció que fuera un accidente, ¿saben? El conductor del todoterreno no perdió el dominio del vehículo en ningún momento.

           Andrés se quedó quieto, su mente girando a toda velocidad. Ya no se trataba de un simple accidente, sino que lo más probable era que fuese un asesinato. Alguien había planeado previamente la muerte de aquel hombre, y luego huyó después de matarlo. En ese momento, supo que tenía razón desde el principio, pero deseó haber estado equivocado. Su primer caso, y tendría que atrapar a un asesino. Las palabras de su compañero lo sacaron de sus pensamientos.

- De acuerdo. No pudo distinguir el modelo o la matrícula del otro vehículo, ¿no? – preguntó Manuel.

- No, no lo reconocí. Era grande, y con los cristales tintados, así que tampoco vi al conductor. Cuando quise fijarme en la matrícula, ya estaba demasiado lejos. – Raquel miraba al suelo, nerviosa. – Lo siento, pero no recuerdo nada más que les pueda ayudar…

- No se preocupe, es normal. Por si acaso recuerda algo más o pasa algo por la zona que pueda interesarnos, llámenos directamente a nosotros, le daré mi número. ¿Me puede dejar un bolígrafo y un papel, por favor? – pidió Manuel, y la chica se levantó a coger una libreta y un bolígrafo para dárselos. Manuel escribió el número de móvil sin que ninguno de los jóvenes le mirase. Ella seguía bebiendo de la taza, mirando al suelo, y Andrés tenía la mirada distante, fija en el póster de la pared. Debajo del número, Manuel escribió su nombre, arrancó la hoja y se la tendió a Raquel. Ella lo agradeció en voz baja, y ambos agentes se levantaron del sofá, dirigiéndose a la puerta.

- Muchas gracias, nos ha ayudado mucho. – dijo Manuel como despedida, y se alejó hacia el ascensor. Andrés y Raquel se miraron por un momento, cada uno a un lado de la entrada, hasta que él se despidió con un tímido “adiós, gracias” y siguió a su compañero. Ella le vio marcharse y cerró la puerta, sonrojada.

lunes, 4 de marzo de 2013

PRÓLOGO: PÁJAROS Y COCHES


Aire. El cielo esa mañana estaba claro, no se veía ni una sola nube, como debe ser a comienzos de verano, pero hacía fresco. En sus pulmones entraba el aire más limpio que se podía conseguir en el centro de la ciudad. Se asomó al balcón y miró hacia abajo. A seis pisos de distancia de tierra firme, desde la terraza del apartamento, podía disfrutar de una vista impresionante. La amplia avenida, las palmeras plantadas en esas zonas de hierba del cruce con la calle que bajaba desde la montaña. El tráfico no era demasiado intenso, solo algunos coches que pasaban de un lado a otro, con la tranquilidad contagiosa de un domingo. El trozo de mar que podía ver entre dos bloques de pisos de enfrente era de un azul intenso, el agua clara. Dio un pequeño sorbo al té, servido en su taza favorita, con la portada del álbum “Abbey Road” de los Beatles.  Miró el reloj. Eran las once en punto.

De repente, los pájaros, antes descansando sobre los edificios cercanos, empezaron a volar alborotadamente, dando vueltas por el aire a una velocidad vertiginosa. Se quedó mirando la escena con asombro y extrañeza. Nunca había visto tanto jaleo en el pedazo de cielo que contemplaba desde la pequeña terraza. La mayoría de los pájaros eran golondrinas y gorriones, junto con otras especies que no lograba identificar. Volaban en círculos, cruzándose unos con otros, o cayendo en picado un poco para luego subir de nuevo. No paraban. Desde el balcón, se preguntó qué les pasaía.

Y entonces ocurrió. Todo fue muy rápido. Vio un Volkswagen Golf blanco que iba por la parte derecha de la avenida. Y un gran todoterreno negro con cristales tintados cuyo modelo no reconoció. El segundo coche pasaba a toda velocidad. Cuando estuvo suficientemente cerca del Volkswagen, giró bruscamente, chocando lateralmente con el pequeño coche blanco, y sacándolo de la carretera. El todoterreno no perdió el control. En cambio, el Volkswagen dio media vuelta, golpeó brutalmente de lado una farola cercana y siguió girando y moviéndose, sin que el conductor pudiera manejar la situación. Si es que el conductor aún estaba vivo, después del gran impacto que había abollado el lado izquierdo del vehículo. El ruido de los golpes era ensordecedor, aumentando cada vez más con cada golpe, y se mezclaba con el chirriar constante de los neumáticos deslizándose sobre el asfalto, formando una horrible sinfonía. El coche chocó contra la mediana, voló unos metros en el aire y cayó estrepitosamente sobre la carretera. Solo en ese momento se detuvo. Pero para entonces, el coche negro ya había desaparecido.

Humo. Era todo lo que podía ver donde estaba el coche. El poco tráfico que había quedó detenido, y muchos conductores salieron de sus vehículos para ver lo ocurrido. Desde el balcón vio cada vez más gente agrupada en torno a la nube de humo oscuro. Los oídos le pitaban y le dolía la cabeza del gran estruendo del accidente, si es que se podía llamar así a lo que había presenciado. Su cuerpo entero estaba paralizado, y no era capaz de pensar. Se dio cuenta de que sus manos temblaban, y dejó la taza sobre la mesa de la terraza. En los bloques de pisos de la zona, las ventanas empezaron a abrirse y rostros a asomar por ellas, y los balcones se llenaban de personas que habían oído el ruido. Abajo, el humo se había disipado un poco, dejando ver siluetas de gente caminando despacio hacia el Volkswagen blanco, intentando ver al conductor. La ambulancia no tardó en llegar, y todos los conductores apartaron los coches para dejarle paso. Bajaron dos hombres de la ambulancia y se dirigieron al vehículo destrozado. Poco después, la policía estaba allí, unos agentes organizando el tráfico y otros acercándose al coche con los de la ambulancia. El humo les dificultaba ver el interior del Volkswagen, pero tardó un momento en desaparecer, y encontraron al conductor. Estaba muerto. Desde el balcón, a pesar de la distancia, se podía ver el cuerpo desplomado sobre el volante, inmóvil e inerte.